Guillermo Almeyra
La Jornada
La convención nacional democrática (CND) apenas nacida debe enfrentar obstáculos de todo tipo. El primero y principal reside en la tendencia de muchos de los integrantes del movimiento a considerarse fundamentalmente seguidores de Andrés Manuel López Obrador, según la clásica tradición del caudillismo latinoamericano, y no protagonistas y organizadores de un cambio profundo en el país. Si la CND dependiese solamente de las decisiones y orientaciones de AMLO y del equipo nombrado por éste para dirigirla, perdería su capacidad de atracción sobre los millones de mexicanos que quieren un cambio social o no están satisfechos con el sistema pero no votaron por el tabasqueño o desconfían de él por distintas razones (de derecha o de izquierda). La CND tiene a AMLO como su dirigente pero debe tomar cuerpo en miles de asambleas populares locales, con decenas de miles de discusiones, miles de dirigentes de base llenos de ideas e iniciativas, y no limitarse a votar plebiscitariamente las propuestas de la dirección del movimiento.
Otro obstáculo es la tendencia del PRD a cooptar la CND y a reducir el alcance de la misma (crear otras instituciones, desembocar en una asamblea constituyente refundacional). No ha faltado quien declarase que AMLO es el presidente de la CND, cuando ésta, precisamente, se hace para anular el fraude, reconocer al presidente legítimo, desconocer a las instituciones con las que espera negociar quien, reduciendo a López Obrador a presidente de una minoría rebelde no institucional, abre el camino para tratar con Calderón y su banda de usurpadores. El PRD es un partido institucional y sus legisladores fueron elegidos para una tarea institucional. La CND, en cambio, es antinstitucional, creadora de un doble poder, de otras instituciones. PRD y CND pueden y deben trabajar juntos, cada uno en su campo, y la protesta del frente en el Congreso, así como la presentación de leyes de gran impacto social y nacional a pesar de la oposición del PRI y del PAN, puede ser muy importante para respaldar y ampliar la protesta y la organización fuera de las instituciones y para conseguir romper el boicot de la mayoría de los medios. Pero la CND no es la infantería de un estado mayor que se pueda autoproclamar, para cambiar la relación de fuerzas en las instituciones y ganar aliados en el PRI y hasta en el PAN. La CND debe cambiar la relación de fuerzas en el país. Los ex salinistas, ex priístas corruptos o ex embajadores de Fox ni saben ni quieren asumir esa tarea. Los dirigentes de la CND y los que hagan acuerdos con el PRD deben ser nombrados por los miles de comités de la convención que aún hay que nombrar y hacer funcionar, para que el movimiento sea real y dure.
Otro obstáculo es el sectarismo, tanto de amigos como de enemigos. Cuauhtémoc Cárdenas, por ejemplo, no puede ser considerado un "traidor" sino un político moderado que cree en las instituciones y, aunque comete un error grave al considerar que AMLO manipula todo (a los militantes de base del PRD y a la CND, que sería otro nombre de éste), sin ver la movilización y la creatividad potencial de la parte tan importante de los explotados y oprimidos que sigue la CND o que votó por el PRD, hace críticas y presenta hechos que son irrefutables y deben ser tenidos en cuenta para avanzar. Marcos, por su parte, tampoco es un "traidor" sino un sectario de pocas luces, cegado además por la competencia, que ni siquiera tolera una discusión abierta y honesta en la otra campaña con los que se dan cuenta de que la misma no puede esperar ser una dirección de masas en 2009 cuando en 2006 se opone a todos los que deberían ser sus compañeros de lucha e interlocutores, a todos los que quieren un cambio social en el país y prefiere, en vez de combatir contra el fraude y por los problemas sociales, esperar una reacción ante un gobierno de ultraderecha, que no combate.
En el combate por un México renovado caben los que comparten críticas formuladas por Cárdenas, aunque no la política actual de éste, o los que se fueron con la otra campaña porque repudian las instituciones, pero quieren luchar juntos, no con los dirigentes del PRD ni con AMLO sino con los millones que apoyan la CND.
Otro problema, por último y nada menor, es que la resistencia ha modificado el discurso y el programa de AMLO para las elecciones, pero ese cambio no aparece claramente en propuestas para la CND: en política frente a Estados Unidos y a los países de América Latina, en la acción internacional para hacerse ver como presidente legítimo, en propuesta para los problemas del territorio, del agua, de los pueblos indígenas, de los energéticos, de la alimentación, del campo, del aumento de salarios tan necesario. Sin discutir estos problemas y ligarlos con la forma en que repercuten en cada localidad no es posible organizar, crear cuadros, cambiar el país, preparar en el futuro una asamblea constituyente.
La CND requiere una gran discusión nacional que elabore propuestas para los grandes problemas del país y no puede limitarse a medidas de resistencia o, peor aún, a los objetivos limitadísimos y muchas veces erróneos de los programas electorales de AMLO y del PRD, que fueron elaborados para establecer lazos y puentes con los que querían reforzar las instituciones que la CND desea sustituir. No basta, pues, con apoyar a la CND, sino que hay que hacer miles de foros propositivos, para cada sector de trabajo, creando las condiciones para fijar grandes líneas de acción, en el Congreso, con el frente, y en la calle, con la CND ejerciendo el poder local, como la APPO en Oaxaca.