sábado, septiembre 30, 2006

LOS OBSTÁCULOS DE LA CND
Guillermo Almeyra
La Jornada

La convención nacional democrática (CND) apenas nacida debe enfrentar obstáculos de todo tipo. El primero y principal reside en la tendencia de muchos de los integrantes del movimiento a considerarse fundamentalmente seguidores de Andrés Manuel López Obrador, según la clásica tradición del caudillismo latinoamericano, y no protagonistas y organizadores de un cambio profundo en el país. Si la CND dependiese solamente de las decisiones y orientaciones de AMLO y del equipo nombrado por éste para dirigirla, perdería su capacidad de atracción sobre los millones de mexicanos que quieren un cambio social o no están satisfechos con el sistema pero no votaron por el tabasqueño o desconfían de él por distintas razones (de derecha o de izquierda). La CND tiene a AMLO como su dirigente pero debe tomar cuerpo en miles de asambleas populares locales, con decenas de miles de discusiones, miles de dirigentes de base llenos de ideas e iniciativas, y no limitarse a votar plebiscitariamente las propuestas de la dirección del movimiento.

Otro obstáculo es la tendencia del PRD a cooptar la CND y a reducir el alcance de la misma (crear otras instituciones, desembocar en una asamblea constituyente refundacional). No ha faltado quien declarase que AMLO es el presidente de la CND, cuando ésta, precisamente, se hace para anular el fraude, reconocer al presidente legítimo, desconocer a las instituciones con las que espera negociar quien, reduciendo a López Obrador a presidente de una minoría rebelde no institucional, abre el camino para tratar con Calderón y su banda de usurpadores. El PRD es un partido institucional y sus legisladores fueron elegidos para una tarea institucional. La CND, en cambio, es antinstitucional, creadora de un doble poder, de otras instituciones. PRD y CND pueden y deben trabajar juntos, cada uno en su campo, y la protesta del frente en el Congreso, así como la presentación de leyes de gran impacto social y nacional a pesar de la oposición del PRI y del PAN, puede ser muy importante para respaldar y ampliar la protesta y la organización fuera de las instituciones y para conseguir romper el boicot de la mayoría de los medios. Pero la CND no es la infantería de un estado mayor que se pueda autoproclamar, para cambiar la relación de fuerzas en las instituciones y ganar aliados en el PRI y hasta en el PAN. La CND debe cambiar la relación de fuerzas en el país. Los ex salinistas, ex priístas corruptos o ex embajadores de Fox ni saben ni quieren asumir esa tarea. Los dirigentes de la CND y los que hagan acuerdos con el PRD deben ser nombrados por los miles de comités de la convención que aún hay que nombrar y hacer funcionar, para que el movimiento sea real y dure.

Otro obstáculo es el sectarismo, tanto de amigos como de enemigos. Cuauhtémoc Cárdenas, por ejemplo, no puede ser considerado un "traidor" sino un político moderado que cree en las instituciones y, aunque comete un error grave al considerar que AMLO manipula todo (a los militantes de base del PRD y a la CND, que sería otro nombre de éste), sin ver la movilización y la creatividad potencial de la parte tan importante de los explotados y oprimidos que sigue la CND o que votó por el PRD, hace críticas y presenta hechos que son irrefutables y deben ser tenidos en cuenta para avanzar. Marcos, por su parte, tampoco es un "traidor" sino un sectario de pocas luces, cegado además por la competencia, que ni siquiera tolera una discusión abierta y honesta en la otra campaña con los que se dan cuenta de que la misma no puede esperar ser una dirección de masas en 2009 cuando en 2006 se opone a todos los que deberían ser sus compañeros de lucha e interlocutores, a todos los que quieren un cambio social en el país y prefiere, en vez de combatir contra el fraude y por los problemas sociales, esperar una reacción ante un gobierno de ultraderecha, que no combate.

En el combate por un México renovado caben los que comparten críticas formuladas por Cárdenas, aunque no la política actual de éste, o los que se fueron con la otra campaña porque repudian las instituciones, pero quieren luchar juntos, no con los dirigentes del PRD ni con AMLO sino con los millones que apoyan la CND.

Otro problema, por último y nada menor, es que la resistencia ha modificado el discurso y el programa de AMLO para las elecciones, pero ese cambio no aparece claramente en propuestas para la CND: en política frente a Estados Unidos y a los países de América Latina, en la acción internacional para hacerse ver como presidente legítimo, en propuesta para los problemas del territorio, del agua, de los pueblos indígenas, de los energéticos, de la alimentación, del campo, del aumento de salarios tan necesario. Sin discutir estos problemas y ligarlos con la forma en que repercuten en cada localidad no es posible organizar, crear cuadros, cambiar el país, preparar en el futuro una asamblea constituyente.

La CND requiere una gran discusión nacional que elabore propuestas para los grandes problemas del país y no puede limitarse a medidas de resistencia o, peor aún, a los objetivos limitadísimos y muchas veces erróneos de los programas electorales de AMLO y del PRD, que fueron elaborados para establecer lazos y puentes con los que querían reforzar las instituciones que la CND desea sustituir. No basta, pues, con apoyar a la CND, sino que hay que hacer miles de foros propositivos, para cada sector de trabajo, creando las condiciones para fijar grandes líneas de acción, en el Congreso, con el frente, y en la calle, con la CND ejerciendo el poder local, como la APPO en Oaxaca.

Patriarcado
Mónica Pérez
Cimac Noticias


El término patriarcado, derivado de la palabra patriarca, proviene del griego patriárchees, que significa Patria, descendencia o familia; y archo, que expresa mandato. En el Siglo XIII, este vocablo ya se utilizaba para referirse al territorio y al gobierno de un patriarca, persona que por su edad y sabiduría ejerce autoridad en una familia o en una colectividad, y posteriormente, en el siglo XVII, se empleó para nombrar la dignidad del patriarca. El diccionario de la Real Academia Española define la palabra patriarcado como “una organización social primitiva donde la autoridad es ejercida por un varón, jefe de cada familia, extendiéndose este poder a los parientes aún lejanos de un mismo linaje”. Sin embrago, en el libro “Diez palabras clave sobre mujer”, la doctora en filosofía Alicia H. Puleo, explica que las acepciones de esta palabra no se limitan a las arriba señaladas, pues a partir de los años 70 adquirió una nueva significación, generada por la teoría feminista para referirse a la dominación masculina en las sociedades antiguas y modernas. De acuerdo con la teoría feminista, a partir de la década de los 70, el significado del término patriarcado se transforma, ya que no sólo se utiliza para describir el gobierno de los ancianos sabios en una comunidad; si no que además se refiere a un sistema de dominación y explotación, como pieza clave de sus análisis de la realidad. Con este concepto, las feministas denuncian una situación de dominación masculina en la que los hombres aparecen como agentes activos de la opresión hacia las mujeres. En este sentido, la antropóloga Marta Moia define al patriarcado como un orden social caracterizado por las relaciones de dominación y opresión establecidas por unos hombres sobre otros y sobre todas las mujeres y criaturas. Así, los varones dominan la esfera pública, gobierno y religión, y la privada, que se refiere al hogar. Por su parte, la también antropóloga feminista Marcela Lagarde, explica que el patriarcado se caracteriza por tres aspectos. El primero es la oposición entre el género masculino y el femenino, asociada a la opresión de las mujeres y al dominio de los hombres en las relaciones sociales, normas, lenguaje, instituciones y formas de ver el mundo. El segundo punto se refiere al rompimiento entre mujeres, basado en una enemistad histórica en la competencia por los varones y por ocupar los espacios que les son designados socialmente a partir de su condición de mujeres. Finalmente, Lagarde apunta que el patriarcado se caracteriza por su relación con un fenómeno cultural conocido como machismo, basado en el poder masculino y la discriminación hacia las mujeres. Explica también que el poder patriarcal no se limita a la opresión hacia las mujeres, sino también hacia otros sujetos sometidos al mismo poder, como es el caso de las niñas y niños, la juventud o aquellos grupos que por clase social, origen étnico, preferencia religiosa o política, sean minoritarios o diferentes al grupo dominante. De esta forma, podemos resumir que el concepto patriarcado designa una estructura social basada en el poder del varón, principalmente en las esferas política y económica y generalizada a todos los ámbitos como dominio masculino sobre las mujeres y la sociedad en general.

El Equívoco
Javier Sicilia
Proceso

Es indudable que la Convención Nacional Democrática (CND), que inició simbólicamente el 16 de septiembre, fue un éxito: miles de personas se volcaron sobre el Zócalo de la Ciudad de México para refrendar su vocación democrática, es decir, su afirmación de que la democracia es el poder del pueblo, y de que ese poder resistirá cualquier intento de exclusión de los poderes del Estado.

Por desgracia, el clamor popular que en ese momento llevó a López Obrador a declararse "presidente legítimo" ha acotado el proceso o, mejor, lo ha nublado. Declarar y declararse presidente legítimo es reducir una lucha, que tiene que ver con las libertades y las autonomías, a lo que ha constituido el mal fundamental de nuestro país: el caudillismo, el presidencialismo, el voto y la elección, la administración de las instituciones que la propia CND ha puesto en duda.

Lo que ha hecho interesante la batalla de la coalición Por el Bien de Todos no ha sido su lucha por llevar a la Presidencia a Andrés Manuel, sino precisamente lo que esa primera batalla desencadenó: un movimiento verdaderamente democrático, una lucha que la propia coalición, tomando las palabras del libro de Douglas Lummis, ha llamado recientemente "democracia radical". La democracia en este sentido no es el nombre de ningún arreglo particular de instituciones políticas y económicas: no es el voto y las elecciones, no es el caudillo providencial al que un sistema corrupto despojó de la Presidencia y al que hay que llevar al poder para que una vez más termine por decepcionarnos; tampoco un "sistema" y un aparato de Estado que pretenden representar la democracia, sino, como la resistencia civil -pese a sus contradicciones- y los campamentos nos lo han demostrado, un proyecto histórico que la gente manifiesta luchando por espacios de libertad. Es la aventura de hombres y mujeres que crean con sus propias manos y sus propias iniciativas las condiciones de su libertad.

Lo que hay de fondo en la CND es eso. Sin embargo, el sueño del caudillismo -que nos ha perseguido como una larga pesadilla a lo largo de los siglos- lo nubla. Desde el momento en que el pueblo reunido en el Zócalo elevó a rango de presidente legítimo a López Obrador, y éste, sin chistar, obnubilado por su propia imagen, lo aceptó, la democracia radical quedó oculta. En ese acto, que divide a la nación en dos repúblicas y abre la puerta a la tentación de la guerra civil, el gesto democrático de un pueblo se traiciona y la CND termina por afirmar que sólo cree en lo mismo que desprecia, en el Leviatán, en la deposición de la autonomía de cada uno a los pies del Estado, regido, en este caso, por una ideología que no es de derecha.


Autonomía y Representación
Neil Harvey
La Jornada


Los conflictos políticos actuales de México reflejan un problema que comparten otros países. Me refiero a la crisis de los modelos de representación política y cómo responder a esta situación. Hay diferencias en la manera de explicar este fenómeno, que se reflejan en los cambios que se dicen necesarios: desde reformas pactadas dentro de la institucionalidad hasta la refundación de la república o la creación de un programa nacional de lucha desde espacios autónomos.

Todos estos argumentos tienen que ver con la demanda de democratizar la relación entre la ciudadanía y los políticos que dicen gobernar en su nombre. Desde la presidencia se habla de la necesidad de defender las instituciones democráticas que tanto ha costado consolidar. Desde la convencion nacional democrática (CND) se declara presidente legítimo a AMLO y, a la par, se prepara una campaña de resistencia civil. Y desde el EZLN, el subcomandante Marcos anuncia la reanudación de la otra campaña y nos recuerda de las diferencias entre ésta y el proyecto del PRD y AMLO. ¿Cómo buscan responder el PAN, la CND y la otra campaña a la crisis de representacion política?

En primer lugar, con los datos oficiales avalados por el tribunal electoral, Felipe Calderón y el PAN parecen tener ventaja debido a la composición del Congreso. A diferencia de Fox, Calderón tendrá posibilidades de ganar más votos en el Congreso. El PAN controla 42 por ciento de la Cámara de Diputados y 41 por ciento del Senado.

En la Cámara baja sólo necesita otros 45 votos para tener una mayoría para aprobar leyes, y otros 127 votos para tener mayoría calificada para pasar reformas constitucionales. En el Senado necesitaría otros 13 votos y 33 votos, respectivamente.

Es probable que busque alianzas con miembros del PRI, PVEM y PANAL, poniendo en desvantaja a los partidos del Frente Amplio Progresista (FAP).

Por ésta y otras razones, algunos analistas opinan que Calderón no tendrá tanta dificultad en gobernar, a pesar de la forma en que fue decidida la elección presidencial.

Sin embargo, ese análisis no toma en cuenta que, según datos oficiales, casi dos terceras partes de los mexicanos que votaron el 2 de julio no votaron por Calderón.

Esto es diferente a 2000, cuando Fox ganó con 43 por ciento de la votación, y si agregamos la falta de certeza en los resultados de 2006, es muy probable que Calderón tendrá más dificultades, aun en el caso de que pacte acuerdos legislativos con fracciones parlamentarias. Como Calderón y el PAN defienden la institucionalidad existente no sienten tanta necesidad de emprender reformas de fondo para superar la crisis de representación que se hizo más evidente en 2006 y esto es un limitante que podría impedir la implementación de cualquier legislación que se logre aprobar.

Es evidente que la decisión del tribunal electoral no permitió superar las sospechas de fraude. La participación de más de un millón de personas en la CND es señal inocultable del grado de descontento popular. Este movimiento tendrá que demostrar su capacidad de organización en los próximos meses frente a diversos obstáculos.

Ahí el PRD y FAP tendrán que demostrar posiciones consecuentes con las de la CND, o verse rebasados por la sociedad civil organizada. Durante muchos años los movimientos sociales han mostrado su capacidad de contrarrestar al autoritarismo en barrios, colonias, escuelas, gobiernos municipales y ejidos, donde, como ciudadanos antes de ser miembros de partidos, han luchado por sus derechos.

Los retos de la CND tienen que ver con la construcción de nuevas formas de representación ciudadana que van más allá de los partidos políticos y que empiezan a crear esa horizontalidad que Ilán Semo señala (La Jornada, 23/9/06) como deseo de la mayoría de los mexicanos. Sin embargo, hay que reconocer que el clientelismo y el caudillismo siguen siendo parte de la relación entre políticos y ciudadanos y la CND tendrá que crear nuevos mecanismos de participación para evitar que termine reproduciendo la verticalidad tradicional.

Por lo arriba señalado, el planteamiento de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona sigue vigente. En términos políticos es un llamado a la organización horizontal. Abrió una nueva forma de resistir al capitalismo, con base en la convergencia de gran diversidad de organizaciones e individuos, con una novedad: los mismos adherentes, y no un liderazgo centralizado, se encargarán de su promoción y difusión. Es un esfuerzo casi inédito, tanto en los movimientos sociales como en los partidos políticos, que pretende superar la crisis de representación política con base en la autonomía y la solidaridad.

A mediados de los 80 Ernesto Laclau preguntó si las crisis de los regímenes autoritarios y las transiciones políticas conducirían al restablecimiento de las formas tradicionales de la representación partidista, o, si, por el contrario, podríamos imaginar algo nuevo y distinto, donde una multiplicidad de demandas y movimientos no se encontrarían "representados" por un líder o un partido, y lucharían por una democratización de la sociedad en todos los ámbitos.

En tal imaginario, la política no se reduciría a una mera relación instrumental entre representantes y representados.

Creo que, si bien no son los únicos, los zapatistas son los que más han contribuido a abrir este otro imaginario político y, por lo tanto, la lucha por la autonomía de las comunidades zapatistas sigue siendo referente indispensable no solamente para la otra campaña, sino también para la reconceptualización de la política en México.

López Obrador y Marcos
José Gil Olmos
(Fragmento)

[...] La propuesta del FAP como una conjunción de organizaciones políticas, sociales y partidistas, que sirva de canal para las propuestas que buscan redefinir el rumbo del país para alcanzar mejores niveles de bienestar social más amplios y dignos, puede funcionar siempre y cuando no se aleje de su naturaleza colectiva. Es decir, que no se concentre en una sola figura, la de López Obrador.

Las voces y las figuras diversas son importantes en todo movimiento político social que pretende transformar un país. Aunque siempre hay figuras preponderantes, no se puede dejar que el peso del todo recaiga en uno solo. La concentración del poder no es benéfica en ningún proyecto social [...]

Lo que hoy necesitamos en México
Enrique Calderón A.
La Jornada
( Fragmento)


[...] Desde luego me refiero a la llamada convención democrática, en la que, junto a personas respetables y queridas, aparecen criaturas deleznables, cuyos antecedentes e incongruencias nada bueno pueden augurar para el futuro de nuestro país. Lamento que la ceguera parezca ser allí la realidad dominante, con la razón puesta a un lado, por los personajes que la dirigen y por las incongruencias dominantes. ¿Qué acaso la situación actual no nos pide cordura y serenidad? ¿Qué podemos esperar del futuro, dirigido por quien se acoge a las leyes e instituciones para un proceso electoral, y luego las desconoce cuando pierde? Si esas instituciones son hoy corruptas, ¿acaso no lo fueron en el pasado y desde el inicio de la campaña electoral? ¿Cómo puede ser presidente de México alguien que no acepta a quien difiere de él? ¿Acaso es necesario destruir el país, para luego esperar que de sus cenizas surja otro mejor? ¿De veras es López Obrador el hombre que necesita el país para superar los problemas actuales? ¿Acaso no existen señales claras de que su gobierno no haría sino sustituir una corrupción por otra? ¿De verdad es posible creer que él representa a la democracia?

Hoy la izquierda mexicana tiene un gran reto, quizás el mayor que ha tenido en su historia, sacar al país de la enorme crisis social que lo tiene postrado. El camino no debe ser de violencia ni de destrucción sino de reflexión e inteligencia. Nunca antes las posibilidades de éxito fueron tantas.

Antiencuesta: El cambio de Cárdenas
Enrique Galván Ochoa
La Jornada, Dinero

Preguntamos a 3 mil 237 personas -mujeres y hombres de diversas ideologías, pero predominantemente de centro, centroizquierda e izquierda- si han advertido algún cambio en los últimos tiempos en la posición política del fundador del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas, y 2 mil 796 (86.3 por ciento) contestaron afirmativamente. ¿Cómo califican ese cambio? Mil 533 personas consideran que es una ''traición a la izquierda''. Mil 33 piensan que el ingeniero ''está ardido'' porque no fue postulado -por cuarta vez- a la Presidencia de la República. 244 dicen que sigue siendo el ''líder moral'' de la izquierda, a pesar de las críticas, y 390 personas atribuyeron las mudanzas del hijo del general Cárdenas a cuestiones de edad: ''ya chochea''.

Cárdenas y su juego
José Gil Olmos
Proceso

El ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas decidió romper su silencio y en un juego de espejos acusó a Andrés Manuel López Obrador de ser intolerante, dogmático; de no escuchar, así como de provocar la división en la izquierda mexicana. Acusaciones que en algún momento a él también se le hicieron y que, muy a su estilo, desdeñó desde el pedestal en el que ha pretendido auparse para no manchar de lodazal su apellido.

Con la facilidad que da hablar de los acontecimientos una vez que han pasado, Cuauhtémoc Cárdenas se ha soltado criticando la actuación de López Obrador, en una actitud que ha sido repudiada por muchos simpatizantes del PRD, quienes al escuchar su nombre en la pasada Convención Nacional Democrática en el Zócalo capitalino, lo abuchearon como pocos pudieron haber imaginado.

El exgobernador de Michoacán ya no es el mismo, su peso e influencia en el PRD ha cambiado y ahora su posición de supuesta crítica es utilizada más por la derecha y el gobierno foxista para atacar al PRD y a López Obrador, que como una guía que ayude a la izquierda mexicana a conducirse en tiempos de crisis.

El ingeniero sigue haciendo de la virtud de apellidarse Cárdenas una desventura política. ¿O cómo entender su ausencia de la campaña de su partido y al mismo tiempo aceptar del gobierno derechista de Fox un cargo honorario del que recibirá un alto presupuesto para conducir hasta el 2010 los festejos de la Independencia y la Revolución?

Ahora que ha tomado el papel de crítico de López Obrador, lo que le ha merecido aplausos de los salinistas, panistas y priistas a los que combatió en tres campañas presidenciales, Cuauhtémoc Cárdenas queda en el ajedrez de la política nacional como una pieza que ha volteado sus colores e invertido su función.

En una carta a la escritora Elena Poniatowska dice que no fue envidia lo que motivo no apoyar a López Obrador ni a su partido en la pasada campaña electoral, sino diferencias en la forma de entender y hacer política.

Pero ¿cuál es la forma de entender la política de Cárdenas cuando ocultó muchos años el encuentro que tuvo con Carlos Salinas de Gortari en 1988 para acordar no iniciar un movimiento de resistencia social como se lo pedían los millones que votaron por él? ¿Cómo entender su proceder cuando durante mucho tiempo se opuso a las voces distintas que dentro del PRD le pedían que dejara su papel de caudillo para abrir un proceso de democratización en el propio partido?

O también habría que preguntar ¿cómo explicar su silencio ante la conducta que tuvo Rosario Robles en el PRD, sobre todo su relación con Carlos Ahumada y la circulación de este empresario argentino con su hijo Lázaro Cárdenas?

La coherencia política en Cárdenas como que no se da. Más bien se acomoda conforme le conviene a sus intereses muy particulares y de familia. Cuando en 1988 no fue elegido por el PRI para ser candidato presidencial, se salió bajo el argumento válido de que no había democracia en su partido. Después, cuando sus excompañeros de partido le hicieron trampa con un enorme fraude electoral para que no le ganara a Salinas, sólo criticó el papel del gobierno de Miguel de la Madrid, a las autoridades electorales y al PAN que convalidó dicho fraude, pero nunca planteó una transformación de las instituciones como desde entonces ya se venía demandando.

Más tarde, en 1989 se formó el PRD quedando al frente de todo el movimiento social generado entonces. Pero cuando se escucharon voces disidentes por su caudillismo, no solamente no las escuchó, sino que las invalidó bajo el argumento de que únicamente querían dividir al PRD.

Hoy que se dieron visos de enormes irregularidades por parte del gobierno de Vicente Fox, del IFE, del sector empresarial y la Iglesia católica, así como del Tribunal Electoral, Cárdenas ni siquiera cuestiona el proceso electoral. En el análisis que hace en la carta enviada a Elena Poniatowska se dedica a hablar de López Obrador y no aborda ninguna de las faltas que se observaron a lo largo del proceso electoral y que mancharon la credibilidad del resultado final.

“Hay que respetar las instituciones democráticas”, dijo en una entrevista con el diario catalán La Vanguardia, al tiempo de criticar la decisión del movimiento popular que encabeza López Obrador de nombrar “presidente legítimo” al tabasqueño.

Cuauhtémoc Cárdenas a lo más se atrevió en esta elección pasada fue en respaldar la petición del recuento de votos que hizo la coalición Por el Bien de Todos. Hasta ahí llegó su postura.

Es evidente que después de 1988 el ingeniero Cárdenas se alejó de las luchas sociales. De entonces a la fecha se ha dedicado exclusivamente a la actividad partidista y a través de ella logró la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, la cual dejó para lanzarse nuevamente como candidato presidencial. Tras la derrota del 2000 se refugió en la Fundación para la Democracia en donde recibía un apoyo importante del PRD –un millón 20 mil pesos anuales--, sin que se vieran resultados importantes.

En este periodo nunca se vinculó a las luchas que campesinos, indígenas, estudiantes, sindicatos independientes, artistas o intelectuales han realizado en las últimas décadas por democratizar al país. Fiel a su figura inmutable, miró el crecimiento de la derecha y la caída de la izquierda hasta el arribo de López Obrador, a quien siempre le negó su respaldo.

Hoy es también evidente que su intención es recuperar la presidencia del PRD a través de algunos de sus seguidores, pero no para cohesionar la lucha social que ha emergido después del 2 de julio y que, evidentemente, rebasó al propio PRD buscando nuevos cauces, sino que quiere retomar el control del partido, como si fuera un derecho patrimonialista, para lanzar a su hijo Lázaro Cárdenas a la candidatura presidencial del 2012. Al menos, estas son las señales que ha dado de su juego político.


Los peatones de la Historia
Subcomandante Marcos
Fragamento:

L@s intelectuales de AMLO.- En una parte del medio intelectual progresista empezó, desde entonces, a surgir lo que conocemos como el lopezobradorismo ilustrado. Esta tendencia iniciaría la construcción de una nueva clasificación para ubicar a quienes se movían o se asomaran al México político; el cual, a saber, se divide en dos: los buenos (los que están con AMLO o sea los "simpáticos" y "populares") y los malos (los que no están con AMLO o sea los "envidiosos", según Elenita). Cualquier crítica o cuestionamiento a López Obrador, así fuera tibio y quedo, era catalogado como un complot de la reacción, de Carlos Salinas de Gortari, de las fuerzas oscuras de la ultraderecha, del Yunque, de un conservadurismo embozado. Cuando ahora son un poco "tolerantes", las críticas al lopezobradorismo se tachan de "sectarias", "marginales", "ultras", "infantiles".

Con un empecinamiento digno de mejor causa, este sector fue construyendo un pensamiento sectario, intolerante, déspota y ruin. Y lo hizo con tal eficacia que este pensamiento es el que guió a "los espejos" intelectuales de López Obrador en la campaña electoral, después en el movimiento de resistencia al fraude y, ahora, en la CND de AMLO.

Cuando el periódico mexicano La Jornada, cabeceó una de sus ediciones de agosto del 2005 (en ocasión de la primera reunión preparatoria de La Otra): "o están con nosotros o están en contra de nosotros" (algo así), se equivocó y no. La frase no fue dicha por Marcos. Pero fue y es dicha desde entonces por el lopezobradorismo ilustrado [...]

[...] Las personas honestas que hay ahí, lo sabemos, piensan que es posible que la movilización se convierta en movimiento (con la CND), y que no dependa de un líder y de la estructura de control que se impuso a l@s convencionistas. Puede ser. Nosotr@s pensamos que no, y además pensamos que no sería ético "montarnos" o "aprovecharnos" de una movilización por la que no hemos hecho nada, como no sea mantener un escepticismo crítico. Ahora bien, sobre la movilización contra el fraude y el intento de convertirlo en movimiento con la CND, decimos lo siguiente:

1.- La "conciencia" de AMLO respecto a la ilegitimidad de las instituciones aparece porque se desconoció su triunfo con un fraude. Otra cosa sería si se hubiera reconocido que ganó la presidencia.

2.- La Convención Nacional Democrática no estaba en el pensamiento lopezobradorista al arranque de su movilización. Si así hubiera sido, el plantón se hubiera aprovechado para analizar, discutir y debatir las diferentes propuestas que luego se votaron por aclamación el 16 de septiembre del 2006. La CND fue y es una forma de darle salida al plantón, y una forma legítima de empezar a construir un movimiento para llegar a la presidencia en el 2012. o antes, si se consigue la caída de Fecal.

3.- En la CND se impuso una dirección que, más que conducir el movimiento, se propone controlarlo. No hay ahí el mínimo germen de participación democrática en las discusiones y en la toma de decisiones, mucho menos de autoorganización. Esa dirección tiene sus propios intereses y compromisos (aunque la CND acordó el boicot a algunas empresas y productos, algunos de sus dirigentes declararon que no lo cumplirían véase lo que Federico Arreola escribió en Milenio Diario, al día siguiente de la CND).

4.- El movimiento en formación del lopezobradorismo no apunta a una crisis de las instituciones (las que fraguaron y perpetraron el fraude). Si así fuera, se hubiera decidido que ninguno aceptara los cargos que obtuvo en las elecciones, lo que sí hubiera provocado una ruptura difícil de manejar. La CND no apunta hacia su autonomía e independencia. Por el contrario, sigue sujeta a la vieja clase política (hoy convertida a la "izquierda").

5.- La mayoría, no tod@s, de quienes están en la dirección de la CND brillan por su corrupción, oportunismo y tendencia a la transa.
Si, por un lado, se mandan "al diablo" las instituciones fraudulentas, por el otro se participa (dineros incluidos) en ellas. Las negociaciones están a la orden del día y faltan por venir algunas importantes: el presupuesto federal y el de la Ciudad de México.

6.- El lopezobradorismo ilustrado está dirigiendo sus ataques ahora hacia sí mismo, hacia quienes sí apoyaron a AMLO pero ahora lo critican. Las descalificaciones internas y purgas irán creciendo.

7.- La movilización tuvo y tiene destellos y brillos indudables: por ejemplo, la creatividad e ingenio en las acciones de denuncia contra algunas de las empresas cómplices del fraude (bancos, Wall Mart, etcétera); la participación convencida de gente de abajo; la justa y legítima rabia en contra de la prepotencia del PAN y del gobierno de Fox, así como contra el insultante desprecio que algunos medios de comunicación electrónica (Televisa, TV Azteca y las grandes cadenas radiales) dispensan a quienes participaron y participan en la movilización. [...]

La legalidad de la CND
Magdalena Gómez
La Jornada

La decisión de la Convención Nacional Democrática (CND) de nombrar a López Obrador presidente legítimo tiene base legal de dimensión constitucional, pues más allá del artículo 39 -que es el paraguas y horizonte constitucional de la CND y que nos coloca en el debate sobre la representatividad del "pueblo" y la vía para cambiar la forma de gobierno- están los derechos fundamentales de los ciudadanos y ciudadanas que tomaron tal decisión, particularmente la libertad de expresión y de asociación. Tal implicación contrasta con lo declarado por el secretario de Gobernación, Carlos Abascal Carranza: "La Presidencia de la República no está vacante, no está a subasta y, por lo tanto, hay que insistir en que la única forma de tener acceso al poder político es a través de las elecciones, tal como se celebraron el 2 de julio". Agregó que declarar "presidente legítimo'' a Andrés Manuel López Obrador ''no tiene absolutamente ningún efecto jurídico'' (La Jornada, 19 de septiembre de 2006). Olvida el huésped de Bucareli que a López Obrador lo eligió la ciudadanía precisamente en comicios el pasado 2 de julio, y que el uso faccioso de la ley le privó de la Presidencia.

Para citar un ejemplo del carácter libertario y demócrata de este movimiento baste señalar el poco énfasis que ha merecido en los análisis la indicación de la propia CND de que el acatamiento de sus resoluciones es voluntario, por ende, no obligatorio, ni siquiera para quienes participaron en su fundación; nadie los perseguirá si cambian de opinión, menos aún a los que tomen distancia de este proyecto. Siendo esto así, más de un millón de ciudadanos y ciudadanas ejercieron su derecho a desconocer al presidente usurpador y reconocer al que a su juicio es legítimo. Cuántas adhesiones más concite será parte de la tarea del propio movimiento.

Por otra parte, el carácter y funciones del presidente itinerante tampoco rayan en ilegalidad alguna, pues encabezar la oposición a la usurpación y realizar un marcaje social puntual a las decisiones que pretenda tomar el gobierno espurio y, sobre todo, abanderar el movimiento pacífico por la refundación de la República también forman parte de los derechos que tenemos los mexicanos y que hoy por hoy están inconclusos, pues aún no contamos con el de revocación del mandato y parte de la lucha será alcanzarlo. En ese sentido va la iniciativa de reforma que han presentado legisladores del Partido de la Revolución Democrática.

Así que no hay manera de hablar de "usurpación de funciones" tratándose de la decisión de la CND; se equivocan quienes menosprecian la voluntad ciudadana ahí expresada, no hay tampoco locura de por medio si hay sueños colectivos, ideales, ganas de alcanzar la utopía. Al contrario, hay mucha tela de donde cortar tratándose de Felipe Calderón si nos colocamos de cara a lo que fue el proceso electoral y la precariedad de argumentos de las instancias que formalmente lo convalidaron. Ahora bien, ubicada la legalidad de la decisión se tuvo el cuidado de calificar su nombramiento con el digno apellido de legítimo. Dicho esto habría que ubicar la dimensión histórica de un movimiento que se planta y dice su "ya basta" a los atropellos y saqueos del país y se dispone a recuperarlo eligiendo para ello a un líder en el que tiene confianza y por quien votaron 15 millones de mexicanos en las pasadas elecciones, lo hicieron además con alegría, pues ése fue el ánimo que prevaleció en la multitudinaria sesión de la CND.

Por otra parte, se objeta también la adhesión a la CND de la bancada perredista en el Congreso y aquí vale la pena, en primer lugar, asumir que el Congreso representa a un poder autónomo del Ejecutivo, no es por supuesto "parte" del gobierno usurpador como se ha llegado a afirmar. Sin duda están en su derecho los legisladores y las legisladoras de mantener su distanciamiento con la elección presidencial y adherirse a un movimiento que reivindica a un presidente legítimo. Lo que es congruencia se califica al contrario, pues se tiene una visión cortesana de la figura parlamentaria. Qué mejor que se ejerzan dichas funciones de cara a los movimientos que en la calle expresan sus demandas.

En realidad tendríamos que analizar este movimiento en su integridad y observar que si bien tiene puestos los pies en la CND caminando y resistiendo con la ciudadanía inconforme, también cuenta con brazos ejecutores dentro del Congreso y con el respaldo del Frente Amplio Progresista. ¿Cuánta sincronía se puede lograr? Eso sólo nos lo dirá la práctica. En efecto, si alguno de esos espacios camina en otra lógica habrá problemas en lo inmediato para impedir que Calderón asuma la Presidencia y a mediano plazo para alcanzar el gran objetivo de procesar un plebiscito nacional que logre la instauración de un constituyente para dotarnos así de nuevas instituciones. De ese tamaño son los retos de la CND.

A Reconstruir
Marco Rascón
La Jornada

Los mexicanos no querían una Presidencia disminuida y decadente, sino la inclusión en el presente-futuro y una reforma. El neoliberalismo como sistema económico concentrador y excluyente no sólo es injusto socialmente, sino segregacionista; por ello, lo que se esperaría de la política sería la lucha contra estas tendencias de afrenta y la generación de alternativas que fortalecieran a México como nación con destino propio. Enemigos externos e internos contra la idea de un país democrático, incluyente y justo, siempre han existido y han sido vencidos en más de una ocasión, conjuntando inteligencia, fuerza, estrategia y visión de reforma, no un vendaval sin rumbo, como diría Celio González en memorable bolero.

En estos 40 años las corrientes de izquierda socialista ampliaron su influencia no por la vía de la lucha del poder por el poder mismo, sino que se distinguieron por impulsar, fomentar y desarrollar la lucha social y las prácticas democráticas.

Para la izquierda, la ética del poder radica en el programa, no en las personas. Igualmente, la política y el discurso tenían un objetivo que no se restringía a conducir, sino a educar y convencer de que las transformaciones eran posibles y que lograrían vencer las resistencias autoritarias y represivas de un desarrollo excluyente.

El discurso político explicaba el mundo no para sembrar resentimiento, sino con la idea de que la justicia y las transformaciones no vendrían desde lo alto, pero sí del esfuerzo colectivo, siendo todos protagonistas y responsables de los cambios. La izquierda "no resolvería" el problema de la pobreza, por lo que luchar por la transformación y la libertad era tarea de todos.

El régimen priísta combatió desde el poder a todas las corrientes y movimientos que reclamaron cambios que fortalecían, educaban y hacían madurar a la sociedad mexicana. El desarrollo de una ciudadanía solidaria con conciencia de sus derechos civiles y sociales incorporó a sectores medios, intelectuales, profesionistas, para nutrir y dar contenido a cada demanda social por mejorar las condiciones de vida y trabajo.

Durante su hegemonía el régimen priísta devino doctrina profundamente anticomunista y chovinista, e hizo de la "unidad nacional" y del nacionalismo la justificación para convertir toda oposición y a todo luchador social y democrático en enemigo de la patria que merecía castigo.

En 1988 la izquierda da un salto gracias a la ruptura cardenista, que parece aún no asimilar, de la misma manera en que aún no asimila que en términos electorales el PRD y sus aliados fueron la fuerza electoral que más avanzó en las elecciones del 2 de julio pasado. No obstante, en 1988 la conducción dejó un avance en el proceso de unificación de la izquierda con una implantación y base social en todo el país.

Tras el régimen salinista que combatió al Partido de la Revolución Democrática (PRD) con intención de aniquilamiento -tergivérsese lo que se tergiverse con respecto a la posición de Cuauhtémoc Cárdenas de mantenerse firme y coherente frente al encono del salinismo-, hubo grandes avances, incluyendo la elección del jefe de Gobierno del Distrito Federal y el triunfo sobre el PRI en 1997.

El PRD ha sido, más que un partido, un proceso de transición de fuerzas políticas locales, regionales y nacionales, que ha avanzado paralelamente a la desintegración del viejo régimen, pero que no ha cumplido con la tarea fundamental de ser el receptáculo de personajes de otras formaciones y, sobre todo, de integrar la fuerza intelectual, política y social que reconstruya la perspectiva del país.

Estancado en el pragmatismo, el PRD renuncia a ser referente de perspectiva y futuro, pese a su avance electoral. Por eso en sus filas se mueven con holgura personajes identificados con el neoliberalismo que llegaron a despojar a la revolución democrática de su vocación alternativa al salinismo y el zedillismo. Debido a esta falla, el PRD crea enormes vacíos programáticos, políticos e ideológicos; empuja fuerte hacia la nada. Por ello, patrimonializando a la "izquierda" con la caracterización de lucha "contra la derecha" ha abierto posibilidades a personajes del viejo régimen priísta que ahora se han purificado como "progresistas", pues no hay disciplina intelectual ni ética democrática y por ello gritan desde el lopezobradorismo "¡traidores!" a todo aquello que signifique credibilidad y posibilidad de reconstrucción ante los errores y la contrainsurgencia.

Si los errores en la campaña electoral fueron muchos, los poselectorales han sido no sólo graves, sino suicidas. La actitud deicida y deificante (matar y construir dioses), hacer de la práctica política actitudes cortesanas, llevar la estrategia a favorecer la contradicción de posiciones e intereses que van a derivar en divisionismo y la ausencia de una estrategia clara para la reforma del Estado y la económica que el país necesita hacen retroceder y convierten el avance electoral en una golondrina que no hace verano

Después de la Convención
Enrique Semo
Proceso

Todos nos preguntamos: ¿ahora qué sigue? Después de unas elecciones que para muchos fueron un fraude orquestado por el presidente saliente y las tres familias que constituyen los poderes fácticos de este país: el gran dinero, la tecnocracia y la mafia política asociada a ellos, se ha creado una nueva situación y una nueva relación de fuerzas. La derecha, representada por los factores ya citados, cierra filas. Respalda firmemente al candidato que jurídicamente ha sido declarado presidente electo. Pasando lista, como en el inicio de un desfile militar, ha ratificado públicamente su presencia. Ahí están todos o casi todos: Desde el Consejo Coordinador Empresarial, el Episcopado Mexicano, los políticos y políticas priistas o expriistas que se pelean por ingresar en el gabinete, hasta Carlos Slim que, personalmente, calificó el miércoles 20 de "locura kafkiana" la posición de la izquierda.

Por el otro lado, la izquierda que se niega a aceptar el fraude y la imposición ilegal ha crecido vertiginosamente. Su impulso principal proviene de un millonario movimiento de resistencia civil pacífica convocado por AMLO. A este se suma la formación de un Frente Amplio Progresista formado por los tres partidos que apoyaron su candidatura, organizaciones sindicales y campesinas, ONG y funcionarios pertenecientes a la corriente que ocupan puestos de elección y que ha pedido ya su registro legal ante el IFE. Se manifiesta también en la firme posición de sus bancadas parlamentarias que se oponen al fraude.

El formidable bloque nacional y trasnacional que ha dominado y gobernado a México en el último cuarto de siglo está decidido a continuar la política neoliberal que lo une y a mantener las instituciones económicas, sociales y políticas que de ella han surgido. Cuando alguien critica la pobreza de sus resultados, responden generalmente que se deben a errores en su aplicación o a la resistencia popular que les ha impedido llevarlas hasta sus últimas consecuencias. Dejado a su solo arbitrio, el próximo sexenio promete ser más de lo mismo. No existe señal alguna de autocrítica o rectificación significativa. Sin embargo, ahora enfrentan un grave problema: el problema de la legitimidad, de la hegemonía, de la gobernabilidad, sin las cuales, esa política y esas instituciones no pueden seguir funcionando.

La Convención Democrática que se constituyó en un día simbólico, el 16 de septiembre, como culminación de una cadena de manifestaciones y un largo plantón en las cuales han participado millones de mexicanos de todo el país con un grado de compromiso y militancia extraordinarios, ha presentado un programa inicial de reformas y una lista de rechazos que echan por tierra las políticas, las prácticas y las instituciones neoliberales y plantean un cambio de fondo en la orientación económica, social y política del país. Además, frente al presidente confirmado jurídicamente, ha elegido como presidente legítimo a AMLO.

Así, ahora México tiene dos presidentes: uno que apoyan los poderes fácticos y que cuenta con una constancia jurídica y otro que está respaldado por un sector muy vasto del pueblo y posee una constancia de legitimidad política firmada por millones de ciudadanos. El primero quiere tomar posesión el 1 de diciembre y gobernar como si nada hubiera pasado. El segundo ha iniciado una campaña nacional y llama al pueblo a sumarse a la Convención y crear un poder alternativo que se expresará en la resistencia civil y la creación de instituciones alternativas, legitimadas por la Convención misma. Dos poderes reales enfrentados que comienzan a trazar estrategias y medir fuerzas. Dos proyectos de país que por primera vez se enfrentan no sólo en el papel, sino en la arena política. Lo nuevo es que el proyecto de la izquierda ha penetrado profundamente en el pueblo y ha logrado una influencia sin precedente. Una influencia que, además, sigue creciendo pese a la movilización total de los medios televisivos.

Todo indica que la derecha no ha entendido. Sigue menospreciando el cambio en la relación de fuerzas que se está produciendo. Por ahora, finca sus esperanzas en soluciones viejas para una situación completamente nueva. Confía en que el movimiento popular se agotará pronto; que podrá cooptar a algunos de sus dirigentes, que se dividirá. El gobierno de Vicente Fox, quien debería encarar el problema, está paralizado. No ha movido un dedo para buscar contactos abiertos y dignos con AMLO, la Convención y los dirigentes del Frente Amplio. Eso si, da lecciones de democracia al gobierno cubano, advierte a Hugo Chávez que no podrá venir a México y calla sobre la situación en Oaxaca. Calderón tampoco ha proporcionado un análisis coherente de la situación ni planteado salidas claras. Continúa sus reuniones con los representantes de los grupos fácticos que lo apoyan, hace declaraciones despectivas contra los violentos y los representantes del pasado y busca alternativas para el acto de toma de posesión. La derecha está a la defensiva.

La izquierda, en cambio, presenta una imagen totalmente diferente. Vive un período de creatividad, iniciativas y militancia redoblada. Busca soluciones a las dificultades que presenta la coordinación de fuerzas disímbolas que se mueven en espacios muy diferentes, se esfuerza con bastante éxito por mantener la unidad de sus filas amenazada por las cooptaciones y las visiones pesimistas. Desarrolla una campaña de convencimiento de un carácter nuevo, basada en la resistencia civil y el ejemplo. Construye las bases organizativas de la Convención en todo el país y discute nuevos programas y estrategias. Quienes piensan que todo es obra de AMLO no entienden lo que está pasando. Sin su convocatoria, no hay Convención ni Frente Amplio, pero el movimiento está atrayendo figuras que son factores de continuidad a diferentes niveles. Hombres y mujeres como Alejandro Encinas, Claudia Sheinbaum, Carlos Navarrete, Bertha Luján, Jesús Ortega, Porfirio Muñoz Ledo, Rosario Ibarra de Piedra, Carlos Ímaz y Yeidckol Polevnsky. Llegan de muchas direcciones para confluir en un movimiento incipiente pero lleno de promesas. La batalla es desigual, pero no imposible. La izquierda está a la ofensiva. l

Llegó el momento
Enrique Maza
Proceso

Pero llegó el momento -como dijo Sartre- "en el que los hombres, saliendo de su serialidad y de la imagen misma de la servidumbre, accedan a la verdadera humanidad, a pesar de que en una sociedad de hombres siempre hay algo salvaje, que se resiste al deseo de pureza y de transparencia". En México, además, llegó el momento en que la sociedad empieza a sacudirse las manipulaciones mentales, avaladas por la Ley Televisa, a las que nos han sometido, sobre todo, la televisión, la gran prensa, las campañas políticas y presidenciales denigrativas y la malicia de las instituciones electorales, religiosas y presidencial que cometieron o avalaron el fraude, la mentira, la calumnia y las violaciones a la ley.

El pueblo de México está viendo cada vez con más claridad y cada vez en mayor número quiénes, cómo, para quiénes y para qué son los que gobiernan. Dejarán de importar tarde o temprano. Ya se empezó a escribir otra historia con la esperanza y la decisión de cambiar lo que existe. Inició la resistencia. Su decisión es reconstruir el Estado, rehacer las instituciones y darle la vuelta a la relación de las clases sociales.

El actual encubrimiento oficial de la realidad nacional es un auténtico escándalo. Pero fue esa realidad la que tomó el Zócalo y el Paseo de la Reforma. Esa realidad es la inmensa mayoría constituida por los pobres, por los más pobres y por los que cada día se suman a los pobres. Esa es la mayoría que quiere, necesita y plantea un México nuevo. Y es la que empieza a organizarse para construirlo desde abajo, a través de una revolución pacífica y democrática, a partir de una democracia representativa y fidedigna, lo que implica lucidez, libertad, justicia y soberanía. Requerirá una organización ciudadana creciente y sólida que defienda la autonomía del movimiento y que no permita las divisiones internas que crean las eternas y malsanas luchas por el poder, los caciquismos, los caudillismos, los mesianismos y las contiendas ideológicas estériles. No es un camino fácil. Tendrá que salvar todas sus propias contradicciones.