Después de la Convención
Enrique Semo
Proceso
Todos nos preguntamos: ¿ahora qué sigue? Después de unas elecciones que para muchos fueron un fraude orquestado por el presidente saliente y las tres familias que constituyen los poderes fácticos de este país: el gran dinero, la tecnocracia y la mafia política asociada a ellos, se ha creado una nueva situación y una nueva relación de fuerzas. La derecha, representada por los factores ya citados, cierra filas. Respalda firmemente al candidato que jurídicamente ha sido declarado presidente electo. Pasando lista, como en el inicio de un desfile militar, ha ratificado públicamente su presencia. Ahí están todos o casi todos: Desde el Consejo Coordinador Empresarial, el Episcopado Mexicano, los políticos y políticas priistas o expriistas que se pelean por ingresar en el gabinete, hasta Carlos Slim que, personalmente, calificó el miércoles 20 de "locura kafkiana" la posición de la izquierda.
Por el otro lado, la izquierda que se niega a aceptar el fraude y la imposición ilegal ha crecido vertiginosamente. Su impulso principal proviene de un millonario movimiento de resistencia civil pacífica convocado por AMLO. A este se suma la formación de un Frente Amplio Progresista formado por los tres partidos que apoyaron su candidatura, organizaciones sindicales y campesinas, ONG y funcionarios pertenecientes a la corriente que ocupan puestos de elección y que ha pedido ya su registro legal ante el IFE. Se manifiesta también en la firme posición de sus bancadas parlamentarias que se oponen al fraude.
El formidable bloque nacional y trasnacional que ha dominado y gobernado a México en el último cuarto de siglo está decidido a continuar la política neoliberal que lo une y a mantener las instituciones económicas, sociales y políticas que de ella han surgido. Cuando alguien critica la pobreza de sus resultados, responden generalmente que se deben a errores en su aplicación o a la resistencia popular que les ha impedido llevarlas hasta sus últimas consecuencias. Dejado a su solo arbitrio, el próximo sexenio promete ser más de lo mismo. No existe señal alguna de autocrítica o rectificación significativa. Sin embargo, ahora enfrentan un grave problema: el problema de la legitimidad, de la hegemonía, de la gobernabilidad, sin las cuales, esa política y esas instituciones no pueden seguir funcionando.
La Convención Democrática que se constituyó en un día simbólico, el 16 de septiembre, como culminación de una cadena de manifestaciones y un largo plantón en las cuales han participado millones de mexicanos de todo el país con un grado de compromiso y militancia extraordinarios, ha presentado un programa inicial de reformas y una lista de rechazos que echan por tierra las políticas, las prácticas y las instituciones neoliberales y plantean un cambio de fondo en la orientación económica, social y política del país. Además, frente al presidente confirmado jurídicamente, ha elegido como presidente legítimo a AMLO.
Así, ahora México tiene dos presidentes: uno que apoyan los poderes fácticos y que cuenta con una constancia jurídica y otro que está respaldado por un sector muy vasto del pueblo y posee una constancia de legitimidad política firmada por millones de ciudadanos. El primero quiere tomar posesión el 1 de diciembre y gobernar como si nada hubiera pasado. El segundo ha iniciado una campaña nacional y llama al pueblo a sumarse a la Convención y crear un poder alternativo que se expresará en la resistencia civil y la creación de instituciones alternativas, legitimadas por la Convención misma. Dos poderes reales enfrentados que comienzan a trazar estrategias y medir fuerzas. Dos proyectos de país que por primera vez se enfrentan no sólo en el papel, sino en la arena política. Lo nuevo es que el proyecto de la izquierda ha penetrado profundamente en el pueblo y ha logrado una influencia sin precedente. Una influencia que, además, sigue creciendo pese a la movilización total de los medios televisivos.
Todo indica que la derecha no ha entendido. Sigue menospreciando el cambio en la relación de fuerzas que se está produciendo. Por ahora, finca sus esperanzas en soluciones viejas para una situación completamente nueva. Confía en que el movimiento popular se agotará pronto; que podrá cooptar a algunos de sus dirigentes, que se dividirá. El gobierno de Vicente Fox, quien debería encarar el problema, está paralizado. No ha movido un dedo para buscar contactos abiertos y dignos con AMLO, la Convención y los dirigentes del Frente Amplio. Eso si, da lecciones de democracia al gobierno cubano, advierte a Hugo Chávez que no podrá venir a México y calla sobre la situación en Oaxaca. Calderón tampoco ha proporcionado un análisis coherente de la situación ni planteado salidas claras. Continúa sus reuniones con los representantes de los grupos fácticos que lo apoyan, hace declaraciones despectivas contra los violentos y los representantes del pasado y busca alternativas para el acto de toma de posesión. La derecha está a la defensiva.
La izquierda, en cambio, presenta una imagen totalmente diferente. Vive un período de creatividad, iniciativas y militancia redoblada. Busca soluciones a las dificultades que presenta la coordinación de fuerzas disímbolas que se mueven en espacios muy diferentes, se esfuerza con bastante éxito por mantener la unidad de sus filas amenazada por las cooptaciones y las visiones pesimistas. Desarrolla una campaña de convencimiento de un carácter nuevo, basada en la resistencia civil y el ejemplo. Construye las bases organizativas de la Convención en todo el país y discute nuevos programas y estrategias. Quienes piensan que todo es obra de AMLO no entienden lo que está pasando. Sin su convocatoria, no hay Convención ni Frente Amplio, pero el movimiento está atrayendo figuras que son factores de continuidad a diferentes niveles. Hombres y mujeres como Alejandro Encinas, Claudia Sheinbaum, Carlos Navarrete, Bertha Luján, Jesús Ortega, Porfirio Muñoz Ledo, Rosario Ibarra de Piedra, Carlos Ímaz y Yeidckol Polevnsky. Llegan de muchas direcciones para confluir en un movimiento incipiente pero lleno de promesas. La batalla es desigual, pero no imposible. La izquierda está a la ofensiva. l
Por el otro lado, la izquierda que se niega a aceptar el fraude y la imposición ilegal ha crecido vertiginosamente. Su impulso principal proviene de un millonario movimiento de resistencia civil pacífica convocado por AMLO. A este se suma la formación de un Frente Amplio Progresista formado por los tres partidos que apoyaron su candidatura, organizaciones sindicales y campesinas, ONG y funcionarios pertenecientes a la corriente que ocupan puestos de elección y que ha pedido ya su registro legal ante el IFE. Se manifiesta también en la firme posición de sus bancadas parlamentarias que se oponen al fraude.
El formidable bloque nacional y trasnacional que ha dominado y gobernado a México en el último cuarto de siglo está decidido a continuar la política neoliberal que lo une y a mantener las instituciones económicas, sociales y políticas que de ella han surgido. Cuando alguien critica la pobreza de sus resultados, responden generalmente que se deben a errores en su aplicación o a la resistencia popular que les ha impedido llevarlas hasta sus últimas consecuencias. Dejado a su solo arbitrio, el próximo sexenio promete ser más de lo mismo. No existe señal alguna de autocrítica o rectificación significativa. Sin embargo, ahora enfrentan un grave problema: el problema de la legitimidad, de la hegemonía, de la gobernabilidad, sin las cuales, esa política y esas instituciones no pueden seguir funcionando.
La Convención Democrática que se constituyó en un día simbólico, el 16 de septiembre, como culminación de una cadena de manifestaciones y un largo plantón en las cuales han participado millones de mexicanos de todo el país con un grado de compromiso y militancia extraordinarios, ha presentado un programa inicial de reformas y una lista de rechazos que echan por tierra las políticas, las prácticas y las instituciones neoliberales y plantean un cambio de fondo en la orientación económica, social y política del país. Además, frente al presidente confirmado jurídicamente, ha elegido como presidente legítimo a AMLO.
Así, ahora México tiene dos presidentes: uno que apoyan los poderes fácticos y que cuenta con una constancia jurídica y otro que está respaldado por un sector muy vasto del pueblo y posee una constancia de legitimidad política firmada por millones de ciudadanos. El primero quiere tomar posesión el 1 de diciembre y gobernar como si nada hubiera pasado. El segundo ha iniciado una campaña nacional y llama al pueblo a sumarse a la Convención y crear un poder alternativo que se expresará en la resistencia civil y la creación de instituciones alternativas, legitimadas por la Convención misma. Dos poderes reales enfrentados que comienzan a trazar estrategias y medir fuerzas. Dos proyectos de país que por primera vez se enfrentan no sólo en el papel, sino en la arena política. Lo nuevo es que el proyecto de la izquierda ha penetrado profundamente en el pueblo y ha logrado una influencia sin precedente. Una influencia que, además, sigue creciendo pese a la movilización total de los medios televisivos.
Todo indica que la derecha no ha entendido. Sigue menospreciando el cambio en la relación de fuerzas que se está produciendo. Por ahora, finca sus esperanzas en soluciones viejas para una situación completamente nueva. Confía en que el movimiento popular se agotará pronto; que podrá cooptar a algunos de sus dirigentes, que se dividirá. El gobierno de Vicente Fox, quien debería encarar el problema, está paralizado. No ha movido un dedo para buscar contactos abiertos y dignos con AMLO, la Convención y los dirigentes del Frente Amplio. Eso si, da lecciones de democracia al gobierno cubano, advierte a Hugo Chávez que no podrá venir a México y calla sobre la situación en Oaxaca. Calderón tampoco ha proporcionado un análisis coherente de la situación ni planteado salidas claras. Continúa sus reuniones con los representantes de los grupos fácticos que lo apoyan, hace declaraciones despectivas contra los violentos y los representantes del pasado y busca alternativas para el acto de toma de posesión. La derecha está a la defensiva.
La izquierda, en cambio, presenta una imagen totalmente diferente. Vive un período de creatividad, iniciativas y militancia redoblada. Busca soluciones a las dificultades que presenta la coordinación de fuerzas disímbolas que se mueven en espacios muy diferentes, se esfuerza con bastante éxito por mantener la unidad de sus filas amenazada por las cooptaciones y las visiones pesimistas. Desarrolla una campaña de convencimiento de un carácter nuevo, basada en la resistencia civil y el ejemplo. Construye las bases organizativas de la Convención en todo el país y discute nuevos programas y estrategias. Quienes piensan que todo es obra de AMLO no entienden lo que está pasando. Sin su convocatoria, no hay Convención ni Frente Amplio, pero el movimiento está atrayendo figuras que son factores de continuidad a diferentes niveles. Hombres y mujeres como Alejandro Encinas, Claudia Sheinbaum, Carlos Navarrete, Bertha Luján, Jesús Ortega, Porfirio Muñoz Ledo, Rosario Ibarra de Piedra, Carlos Ímaz y Yeidckol Polevnsky. Llegan de muchas direcciones para confluir en un movimiento incipiente pero lleno de promesas. La batalla es desigual, pero no imposible. La izquierda está a la ofensiva. l
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