El Equívoco
Javier Sicilia
Proceso
Es indudable que la Convención Nacional Democrática (CND), que inició simbólicamente el 16 de septiembre, fue un éxito: miles de personas se volcaron sobre el Zócalo de la Ciudad de México para refrendar su vocación democrática, es decir, su afirmación de que la democracia es el poder del pueblo, y de que ese poder resistirá cualquier intento de exclusión de los poderes del Estado.
Por desgracia, el clamor popular que en ese momento llevó a López Obrador a declararse "presidente legítimo" ha acotado el proceso o, mejor, lo ha nublado. Declarar y declararse presidente legítimo es reducir una lucha, que tiene que ver con las libertades y las autonomías, a lo que ha constituido el mal fundamental de nuestro país: el caudillismo, el presidencialismo, el voto y la elección, la administración de las instituciones que la propia CND ha puesto en duda.
Lo que ha hecho interesante la batalla de la coalición Por el Bien de Todos no ha sido su lucha por llevar a la Presidencia a Andrés Manuel, sino precisamente lo que esa primera batalla desencadenó: un movimiento verdaderamente democrático, una lucha que la propia coalición, tomando las palabras del libro de Douglas Lummis, ha llamado recientemente "democracia radical". La democracia en este sentido no es el nombre de ningún arreglo particular de instituciones políticas y económicas: no es el voto y las elecciones, no es el caudillo providencial al que un sistema corrupto despojó de la Presidencia y al que hay que llevar al poder para que una vez más termine por decepcionarnos; tampoco un "sistema" y un aparato de Estado que pretenden representar la democracia, sino, como la resistencia civil -pese a sus contradicciones- y los campamentos nos lo han demostrado, un proyecto histórico que la gente manifiesta luchando por espacios de libertad. Es la aventura de hombres y mujeres que crean con sus propias manos y sus propias iniciativas las condiciones de su libertad.
Lo que hay de fondo en la CND es eso. Sin embargo, el sueño del caudillismo -que nos ha perseguido como una larga pesadilla a lo largo de los siglos- lo nubla. Desde el momento en que el pueblo reunido en el Zócalo elevó a rango de presidente legítimo a López Obrador, y éste, sin chistar, obnubilado por su propia imagen, lo aceptó, la democracia radical quedó oculta. En ese acto, que divide a la nación en dos repúblicas y abre la puerta a la tentación de la guerra civil, el gesto democrático de un pueblo se traiciona y la CND termina por afirmar que sólo cree en lo mismo que desprecia, en el Leviatán, en la deposición de la autonomía de cada uno a los pies del Estado, regido, en este caso, por una ideología que no es de derecha.
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