El muro de México
Lisandro Otero
Rebelión
Lisandro Otero
Rebelión
Durante muchos años la propagada estadounidense utilizó el muro de Berlín con un argumento de propaganda contra el socialismo. Se le llamó el Muro de la Vergüenza. Kennedy y Reagan hablaron ante él en abierto desafío. Cuando finalmente fue derribado se organizaron grandes jolgorios dándole una connotación de victoria democrática a la desaparición de aquél valladar. Pues ahora el Congreso norteamericano acaba de aprobar la erección de un muro similar entre México y Estados Unidos y eso no les causa ningún escozor democrático a los venerables legisladores que aprobaron la medida por 260 votos a favor y 159 en contra.
El muro tendrá mil kilómetros de extensión de los aproximadamente tres mil que tiene la frontera entre ambos países. Estará erizado de reflectores y cámaras para impedir el paso de los 900 mil mexicanos que anualmente intentan ingresar en el país del norte, de los cuales quinientos mueren. Costará un millón de dólares por cada metro lineal de construcción. A la vez se reclutarán nuevos miembros para la patrulla fronteriza que aumentará su contingente y perfeccionará sus métodos persecutores.
Por si fuera poco, la nueva ley convierte el ingreso ilegal en un delito y castiga con penas de cárcel, en lugar de deportación, a los transgresores. De la misma manera se castiga a quienes dan empleo remunerado a los infractores. Se considera que de los diez u once millones de mexicanos residentes en Estados Unidos el sesenta por ciento no cuenta con documentación legal.
Al sumiso Vicente Fox no le ha quedado más remedio que elevar una voz de protesta si quiere quedar con un remanente de dignidad ante sus compatriotas. Habrá comprobado como paga el imperio a sus sirvientes. Esta bofetada viene tras los desenfrenados intentos de Fox, en la reunión de Mar del Plata, de convencer a sus colegas de aceptar el ALCA como la suma de todos los beneficios que el generosísimo Bush había decidido otorgar como una dádiva magnánima. Ahora envía a Derbez a Washington a tratar de reparar el desastre, pero es demasiado tarde.
Pero el Muro de México no es el único. Israel está elevando otro muro de setecientos kilómetros de extensión que aislará a trescientos mil palestinos de la ribera occidental del Jordán, o sea el diez por ciento de la población del nuevo estado. Israel se reserva así las tierras más fértiles de aquella región así como las más importantes reservas de agua en una región semidesértica. Una acción anexionista de tan envergadura solamente puede hacerse, según ha dicho Noam Chomsky, gracias al apoyo militar, económico y político de Estados Unidos al criminal de guerra Sharon.
Las leyes antimigratorias dictadas en Estados Unidos, que tanto lesionan a los inmigrantes mexicanos, son similares a otras medidas que se están adoptando en Europa. Francia y España discriminan a los magrebinos, Italia a los albaneses, Alemania a los turcos, Gran Bretaña a los hindúes, etc. El desbordamiento demográfico del Tercer Mundo, los índices de desempleo, la precaria calidad de la vida impele a buscar, en otras tierras, la prosperidad que no logra alcanzarse en la propia.
La población mundial alcanza los seis mil millones de habitantes. El avance de la ciencia, vacunas, antibióticos, higiene, etc. ha logrado extender la expectativa de longevidad. En tiempos del imperio romano un hombre de 35 años era un anciano, hoy es más del doble el alcance de la vida humana.
La migración masiva siempre ha existido. Fue organizada por los europeos en función de la trata de negros. El tráfico de esclavos llevó a América a diez millones de africanos. A partir de 1820 alrededor de quince millones de italianos y españoles se establecieron en América del Sur. Entre 1880 y 1910 diecisiete millones de europeos entraron en Estados Unidos.
Después de la revolución de octubre, en 1917, un millón y medio de rusos abandonaron su país. Al triunfar Mao, en 1949, dos millones de chinos se establecieron en Taiwan. Habría que añadir los ciento cincuenta mil judíos expulsados de España en 1492, o el medio millón de hugonotes que salió de Francia después del Edicto de Nantes, o los aristócratas que huyeron a Alemania (muchos de ellos se establecieron en Coblenza), después de la Revolución francesa, o el medio millón de españoles que entraron en Francia, y en México, después de la caída de la República en 1939, o los dieciocho millones de hindúes y musulmanes que huyeron de India hacia Pakistán, y viceversa, al consumarse en 1947 la división del subcontinente indio.
Los países marginales reclaman su derecho a una vida plena y la equitativa distribución de su riqueza nacional. No puede continuar la brecha abierta entre el potencial del avance científico y su aplicación a las demandas sociales. No es posible extender más tiempo el despilfarro de recursos de la sociedad de consumo.
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