Presencia y representación: las formas complejas de la vida política
Por Françoise Collin
MUJERES EN RED
Constituir un mundo común que asuma la pluralidad, una pluralidad que no sea la pluralidad de los mismos sino la pluralidad de los diferentes -puesto que igualdad no significa identidad-: tal es el objeto de la democracia cuyas modalidades Hannah Arendt ha redefinido ampliamente frente la catástrofe totalitaria-. Puesto que la democracia no es un hecho, que sería garantizado por una declaración fundadora: es una realidad en movimiento siempre imperfecta que no cesa de deber ser interrogada, contestada y redefinida en nombre mismo de su principio.
Reposa sobre un diálogo permanente en el que cada uno, cada una, debe poder hacer oir su voz: voz que no puede ser reducida al solo ritual de la práctica electoral. La urna en efecto no es una urna funeraria donde irían a morir las voces de los electores: quien da su voz en un voto guarda su voz. La vida ciudadana no se agota en la representación.
La democracia, a pesar de su nombre (el poder del pueblo), está fundada, tanto en la forma de la democracia directa de la Grecia antigua como en la forma de la democracia representativa moderna, en la exclusión de la mitad del pueblo, a saber, de las mujeres. Su acceso a la ciudadanía es en efecto reciente. Data, concretamente, de la segunda mitad del siglo XX. Puesto que incluso la instauración del “sufragio universal” les excluyó sin vergüenza de este “universal”.
Desde el punto de vista del estatuto de la mujer, durante largo tiempo no ha existido gran diferencia entre las sociedades tradicionales y las sociedades modernas. La reivindicación de las occidentales sobre el control de la fecundidad en los años 70 ha sido el detonante de un proceso transformador irreversible pero que no es automático y necesita de parte de cada una y de todas una vigilancia constante para su desarrollo: el progreso no es nunca automático y los avances se vuelven a cuestionar constantemente o son desviados de su mira en provecho de objetivos inicialmente imprevistos. (Como la reivindicación -percibida como escandalosa- de las feministas: “un hijo, si yo quiero, cuando quiera” gracias a la contracepción y al aborto, ha sido recuperada para procedimientos científico-técnicos de forma eugenista que plantean nuevos problemas, necesitando nuevas reflexiones y nuevas iniciativas.)
Tanto la democracia ateniense directa del Siglo V a.c. como la democracia moderna están fundadas, en efecto, sobre la definición del pueblo (démos) que excluye a las mujeres o que sólo las incluye a título indirecto como hijas o como esposas de ciudadanos, y no como ciudadanas por derecho propio. El gran movimiento de emancipación que se desarrolla en el siglo XVIII en nombre de la Razón universal de las Luces, que plantea la autonomía de cada uno, deja también a las mujeres bajo tutela intelectual, social y jurídica. Incluso los niños que traen al mundo no les son acreditados: alimentan la línea paterna, tomando el nombre del padre y dependiendo de su autoridad. Como han subrayado los antropólogos (de Levi-Strauss a Françoise Héritier) el patriarcado ha sido la única estructura que conoce la familia a través de los siglos -(Lo que se denomina algunas veces matriarcado indica solamente que la línea pasa por los hombres de la familia materna). Y el ideal de fraternidad democrática, puramente viril -el fratriarcado- es una reinterpretación de este patriarcado.[…]
MUJERES EN RED
Constituir un mundo común que asuma la pluralidad, una pluralidad que no sea la pluralidad de los mismos sino la pluralidad de los diferentes -puesto que igualdad no significa identidad-: tal es el objeto de la democracia cuyas modalidades Hannah Arendt ha redefinido ampliamente frente la catástrofe totalitaria-. Puesto que la democracia no es un hecho, que sería garantizado por una declaración fundadora: es una realidad en movimiento siempre imperfecta que no cesa de deber ser interrogada, contestada y redefinida en nombre mismo de su principio.
Reposa sobre un diálogo permanente en el que cada uno, cada una, debe poder hacer oir su voz: voz que no puede ser reducida al solo ritual de la práctica electoral. La urna en efecto no es una urna funeraria donde irían a morir las voces de los electores: quien da su voz en un voto guarda su voz. La vida ciudadana no se agota en la representación.
La democracia, a pesar de su nombre (el poder del pueblo), está fundada, tanto en la forma de la democracia directa de la Grecia antigua como en la forma de la democracia representativa moderna, en la exclusión de la mitad del pueblo, a saber, de las mujeres. Su acceso a la ciudadanía es en efecto reciente. Data, concretamente, de la segunda mitad del siglo XX. Puesto que incluso la instauración del “sufragio universal” les excluyó sin vergüenza de este “universal”.
Desde el punto de vista del estatuto de la mujer, durante largo tiempo no ha existido gran diferencia entre las sociedades tradicionales y las sociedades modernas. La reivindicación de las occidentales sobre el control de la fecundidad en los años 70 ha sido el detonante de un proceso transformador irreversible pero que no es automático y necesita de parte de cada una y de todas una vigilancia constante para su desarrollo: el progreso no es nunca automático y los avances se vuelven a cuestionar constantemente o son desviados de su mira en provecho de objetivos inicialmente imprevistos. (Como la reivindicación -percibida como escandalosa- de las feministas: “un hijo, si yo quiero, cuando quiera” gracias a la contracepción y al aborto, ha sido recuperada para procedimientos científico-técnicos de forma eugenista que plantean nuevos problemas, necesitando nuevas reflexiones y nuevas iniciativas.)
Tanto la democracia ateniense directa del Siglo V a.c. como la democracia moderna están fundadas, en efecto, sobre la definición del pueblo (démos) que excluye a las mujeres o que sólo las incluye a título indirecto como hijas o como esposas de ciudadanos, y no como ciudadanas por derecho propio. El gran movimiento de emancipación que se desarrolla en el siglo XVIII en nombre de la Razón universal de las Luces, que plantea la autonomía de cada uno, deja también a las mujeres bajo tutela intelectual, social y jurídica. Incluso los niños que traen al mundo no les son acreditados: alimentan la línea paterna, tomando el nombre del padre y dependiendo de su autoridad. Como han subrayado los antropólogos (de Levi-Strauss a Françoise Héritier) el patriarcado ha sido la única estructura que conoce la familia a través de los siglos -(Lo que se denomina algunas veces matriarcado indica solamente que la línea pasa por los hombres de la familia materna). Y el ideal de fraternidad democrática, puramente viril -el fratriarcado- es una reinterpretación de este patriarcado.[…]
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