sábado, octubre 21, 2006

El insoportable peso de Chiapas
ENRIQUE SEMO
FRACTAL, REVISTA TRIMESTRAL

Democracia y sociedad:
Frente a la visión limitada de la democratización como una reforma del Estado, reforma de la Constitución o pluralismo partidista, el EZLN propone una democracia que se construye desde abajo, que se desarrolla organizando a la sociedad civil y que se afirma cuestionando globalmente la relación existente entre gobernantes y gobernados. Organizativamente hablando, frente a la propuesta del partido político, inserto en el Estado, propone el movimiento social enraizado profundamente en la oposición.

De ahí el concepto de "mandar obedeciendo", que sintetiza su visión de la relación entre dirigentes y dirigidos; su oposición a luchar por el poder, que revela su vocación de oposición histórica que se propone cambiar a la sociedad desde su mismo seno; su reticencia a colaborar con los partidos políticos de cualquier signo, que reafirma la decisión de seguir siendo un movimiento social; y su principio de "todo para todos, nada para nosotros", que sintetiza el principio moral humanista en el cual funda su concepción política.

La propuesta ha tenido un gran impacto en la imaginación de grandes sectores y éxito político en las comunidades indígenas ligadas al EZLN y algunos centros aislados. Pero tres intentos de construir un movimiento nacional pacífico basado en esos principios han fracasado. Fuera de Chiapas, el EZLN sigue siendo un poderoso líder de opinión sin presencia política propia. Por ahora no ha logrado formar, ni en el campo ni en la ciudad, un interlocutor que, no siendo guerrilla, responda a sus principios y su dirección. Así, el intento de exportar su experiencia chiapaneca no ha tenido éxito. Todo indica que en las condiciones actuales del país una coordinadora de ONG y de movimientos sociales bajo la dirección de los zapatistas es imposible o sería una organización extraordinariamente sectaria y reducida.

Pero si bien el EZLN no logra resolver aun el problema de su transformación en una organización democrática no armada e inscrita en la legalidad, nadie puede negar sus contribuciones directas al proceso democratizador del país.

Veamos sólo un ejemplo de los primeros meses de su historia. El sexenio salinista fue de reformas económicas aceleradas y de retroceso democrático. No sólo fueron ilegítimas las elecciones de 1988, sino que pese a sus declaraciones de que la era del partido de Estado había concluido, no fue sino hasta finales de 1993 cuando introdujo una tímida reforma electoral. Durante esos seis años, la transición a la democracia se detuvo.

La irrupción del EZLN en la escena fue un grito contra el recrudecimiento del autoritarismo y el ilusionismo económico y su efecto inmediato y vitalizador. Pocos días después, unos cien mil participantes de la "marcha de la paz en Chiapas" abarrotan el zócalo. El 27 del mismo mes y a iniciativa del gobierno, se firma un primer acuerdo entre los partidos para discutir una reforma electoral. Dos meses más tarde, Salinas abandona su política de hostigamiento contra el PRD y se aprueba un documento que influyó positivamente en las elecciones de 1994.

En los meses que siguieron, se consolida un pacto tácito entre el EZLN y lo que más tarde se ha dado en llamar la sociedad civil. La exigencia de paz confluye con la de democracia. El EZLN usa las ONG como escudo contra la agresión armada y éstas lo aprovechan como ariete contra la cerrazón autoritaria. Desde entonces, la confluencia se ha repetido varias veces. Pero esa alianza con las ONG que otorgan una solidaridad entusiasta, negándose sin embargo a tomar la vía de la lucha armada, trastorna el proyecto zapatista que en su origen era el del cambio por esa vía. El democratizador a pesar de sí mismo se transforma en democratizador consciente. El EZLN impulsa el proceso democratizador y es a su vez transformado por éste.

Otro de los problemas que plantea la experiencia chiapaneca es el de la relación entre democracia y violencia o, en otros términos, la legitimidad y la viabilidad de la lucha armada en la actual transición a la democracia. Hay quien considera que entre violencia armada y democracia existe una contradicción insoluble. La historia no les da la razón. En el origen de la democracia hubo momentos de violencia necesaria. La democracia norteamericana sólo pudo consolidarse con la ayuda de una larga guerra de liberación contra el absolutismo inglés, y la francesa le debe mucho a la toma de la Bastilla por el pueblo de París y a la guerra contra la intervención extranjera. La de Centroamérica hubiera sido imposible sin marxistas-leninistas que desgastaran la soberbia de las oligarquías locales. Luego, la democracia ha debido ser defendida con las armas en la mano, como en la guerra civil española o en la resistencia contra la ocupación fascista en Europa Occidental.

Es verdad que a finales del siglo XX se produjeron varias transiciones de regímenes autoritarios a la democracia sin derrame de sangre. Pero también es cierto que México no pertenece a ellas. Es ocioso discutir sobre la fecha de inicio de la transición en nuestro país. Pero ya sea 1968, 1979 o 1996, la lucha armada ha estado presente en una parte del país. Y todo indica que entraremos al siglo XX con varios grupos guerrilleros actuando en por lo menos cuatro estados.

Lo notable en México es la persistencia de la lucha armada. Pese a que entre 1964 y 1994, todos los brotes fueron derrotados militarmente, la guerrilla como fenómeno social se mantiene y si bien su presencia ha sido siempre local, su influencia en la política nacional ha sido importante en varias ocasiones.


Clara y repetidamente la mayoría de los mexicanos se han manifestado por una transición pacífica, por la ampliación de la democracia por medios no violentos. Pero también hay sectores que no pueden soportar el deterioro social y la persistencia de viejas formas de opresión y optan por la rebelión armada. El dilema que nos persigue a todos es el mandato mayoritario de abrir cauces a la democracia por la vía pacífica y el grito angustioso de los más humillados y ofendidos por el cambio, aquí y hoy. Y el dilema sólo puede ser superado con un cambio radical en la política económica y social. Y aquí llegamos al segundo tema porque, en México, democratización y globalización neoliberal se interpretan de tal manera que intentar separarlos es la más ingenua y la más fútil de las ilusiones.

También en este terreno el EZLN introduce una innovación. Apenas apagado el fragor de la batalla, el zapatismo intuye que la lucha armada y la toma del poder no son el único camino a la transformación social. Marcos se deslinda de las guerrillas pasadas que decían: "Hay que deshacerse de esta clase de gobierno y poner en su lugar a otra clase". Afirma por lo contrario que el sistema político no puede ser resultado de la guerra y que ésta sólo debe de servir para abrir espacios democráticos. "No fuimos a la guerra el 1 de enero para matar o para que nos mataran, fuimos para que nos oyeran", dirá ya desde esos días. Más tarde, en el momento en que aceptan negociar, los rebeldes entran en el camino de su transformación en fuerza política y su desaparición como organización armada.[…]