sábado, octubre 21, 2006

50 años del derecho al voto para las mexicanas
¿Seguir luchando bajo modelos masculinos o crear democracias participativas feministas?
Victoria Sendón de León
Triple Jornada

-- La democracia representativa no es suficiente, en su corrompida partidocracia los aportes políticos de las mujeres no resultan significativos
-- La visión masculina del poder nos impone la barbarie una y otra vez
-- El reto político no son carguitos o puestos en la cueva de Alí Babá sino inaugurar una forma nueva y singular de hacer política


Algo se está moviendo respecto al concepto mismo de Democracia en el sentido de que la representatividad nos resulta ya muy insuficiente. Y más si este simulacro de representación se mira desde la perspectiva de las mujeres. Simplemente: no estamos ni siquiera representadas en las instituciones que se supone actúan, legislan y aplican las leyes en nombre de la ciudadanía. Cada vez se repite más el antiguo lema feminista de "NO en
mi nombre". Los gobiernos del mundo no pueden seguir amparándose en nuestro voto, en la democracia o esgrimiendo la legitimidad que suponen les respalda, para legislar a favor de las transnacionales, de la libertad para el capital y la consiguiente explotación de trabajadores y, sobre todo, de trabajadoras en condiciones repugnantes para la inteligencia y la sensibilidad humanas.

La democracia representativa con su separación de poderes, tal como la definió Montesquieu, no es
suficiente para el siglo XXI por una serie de abusos legitimados que ya no son de recibo.

Participación frente a representación

El monopolio del poder no puede seguir en manos de estados que ya no garantizan la justicia ni la libertad para los ciudadanos. Es la hora, pues, de nuestra participación activa en unas democracias cuya representatividad es tan deficiente.

La participación debe nacer desde las bases, desde la población civil organizada. De hecho, está organizandose en la medida en que se toma conciencia de lo que a significa la globalización económica del capital sin fronteras. Correlativamente, también los movimientos "anti" son globales porque saben que no es ajeno lo que s
ucede en cualquier parte del mundo. Traspasan fronteras, razas, naciones y sexos porque intuyen que todos navegamos en el mismo barco. La cuestión ahora para las mujeres feministas es dilucidar si los modelos de la lucha siguen respondiendo a un patrón político masculino o si nosotras podremos aportar algo propio a esa lucha; algo que estaba por descubrir, por visibilizar, por manifestarse. Y ésta constituye actualmente una de las tareas teóricas más importante para el Movimiento.

Ese dato no (in)diferente


Ahora, que hace 50 años que las mujeres obtuvimos el derecho al voto en México, el balance no puede ser más desalentador. Hemos cumplido con nuestro deber ciudadano en todos los procesos electorales y, no obstante, nuestra representación en las diversas instituciones políticas es ridícula. Sólo ocupamos del 3,5 de las Presidencias Municipales, el 10% en los congresos Locales y el 17% en el Congreso de la Unión. ¿Qué reflexión nos provoca estos datos?

El dato no indiferente y, por tanto, diferente y significativo sería la participación activa en la política de las mujeres organizadas. Pero, no organizadas para conseguir un carguito o un escaño según el esquema maquiavélico que domina, sino desde la conciencia clara del reto que supone participar en la "polis". Para esto hemos de partir de un análisis de causas y efectos que no suele tenerse en cuenta.

No es que el capitalismo imperialista nos haya llevado a esta situación de barbarie, sino que la barbarie, la explotación, la destrucción y la mentira provienen de un esquema anterior que es el propio del Patriarcado, y que tiene su fundamento en la dominación, misma que convierte toda diferencia en desigualdad, empezando por la diferencia entre los sexos. Al interior de esta estructura, exacerbada en estos momentos históricos, somos las mujeres quienes estamos resistiendo a la barbarie gracias a esa entrega incondicional a los "nuestros" y gracias a los saberes domésticos que hemos ido acumulando, y que en muchos casos convierten la miseria en una pobreza digna de comer caliente cada día o de recibir el amor y los cuidados que necesitamos tanto como el pan. Pero no basta.

Nuestro ancestral alejamiento de lo político provoca el que sigamos recluyéndonos en lo doméstico, así como nuestra dedicación a las relaciones emocionales nos inclinan hacia la privacidad. Esa ha sido la mejor estrategia del Patriarcado para mantenernos desactivadas. Pero es precisamente nuestra experiencia doméstica y psicológica la que la política activa está hoy necesitando, porque los políticos no ven más allá de las macroestructuras y de la economía de los grandes números. No reparan en las personas, en sus necesidades concretas, en su bienestar material y psicológico. Y por este camino el mundo ha ido cayendo en una barbarie que la visión masculina del poder nos impone una y otra vez.

Conseguir transformar nuestros saberes domésticos en saberes aplicados a lo político va aparejado a una ampliación de nuestro enfoque desde los "temas de mujeres" o familiares hasta la circularidad de los temas generales que a todos nos afectan. Ya no es imprescindible que las mujeres feministas tengamos que adherirnos a un partido o a movimientos sociales dirigidos por hombres para participar en política en nombre propio y en nombre de otras muchas mujeres.


Motivos para una iniciativa propia

Muchos analistas políticos están ya vislumbrando que la política del futuro pasa necesariamente por las mujeres. De hecho, las mujeres del mundo pobre son las que están manteniendo la supervivencia de sus pueblos, así como la educación de sus criaturas, la resistencia en las guerras o la protección en los campos de refugiados. Las ollas comunes en Latinoamérica, las escuelas clandestinas en Afganistán, las microempresas en la India o la búsqueda infatigable de los desaparecidos son y han sido iniciativas de mujeres, porque allí donde hay una mujer hay civilización, es decir, humanización de lo cotidiano.

Al mismo tiempo, la política llamada institucional se está convirtiendo cada vez más en la cueva de Alí Babá. Mucha gente llega a la política para medrar, para enriquecerse o para tener un poder personal. Cada vez los partidos están más corrompidos por intereses crematísticos, y cada vez existen más corruptores de políticos para llevar a cabo sus oscuros negocios. Resultado de todo ello es que las políticas públicas dedican menos y menos recursos a los servicios de la ciudadanía o privatizan empresas que antes eran estatales. Esto perjudica especialmente a las mujeres en el empleo, en la sanidad o en la educación.

Tampoco la democracia representativa es suficiente porque en muchos casos los políticos no nos representan, sino que se representan a sí mismos o a los intereses de sus partidos, de modo que dicha democracia se ha transformado en una partidocracia. En esta las mujeres políticas tienen muy poco poder al interior de sus partidos, poder que siempre detenta un núcleo duro formado por varones. Lo más que alcanzan es algún cargo que otro, algún escaño que otro, pero sin que esto sea significativo en la política general de un país.

Sin duda que los varones tienen muchos más cauces de participación política que nosotras las mujeres, de ahí que organizaciones propias de mujeres sean más necesarias que nunca, pero no para seguir los mismos derroteros que la política institucional, sino para que el modo de hacer política inaugure un modelo nuevo con características singulares, que consistiría en trasladar todos nuestros saberes domésticos y privados a la propia política, porque lo personal también es político.

Sin embargo, nosotras tendríamos que cambiar anquilosadas perspectivas, pues hasta ahora las mujeres activas han trabajado en temas que se consideran "exclusivamente de mujeres", dejando lo demás en manos de sindicatos o partidos políticos, pero los temas de mujeres son todos, pues nos afectan por igual la economía que la ecología, el urbanismo o la seguridad. Igualmente podríamos desligarnos de las definiciones estereotipadas de izquierdas o derechas, porque si bien el movimiento feminista es sin duda progresista, no estamos a la derecha ni a la izquierda: estamos delante. Y estamos delante porque el mundo del siglo XXI no puede seguir siendo gobernado con esquemas ideológicos del siglo XIX.

Un modo nuevo y propio de hacer política podría centrarse en la política local, que es la más cercana al ciudadano. Pero no desde la simple iniciativa de formar una candidatura electoral, sino desde otros presupuestos que la hagan posible y eficaz. Una candidatura que se fundamente en una democracia participativa trasversal, no jerárquica, pero sí organizada, pues la falta de organización se convierte en una especie de dictadura del compadreo y de los caprichos personales.

Otra característica de una política de mujeres sería la de establecer relaciones horizontales entre las participantes. Relaciones que implican amistad y confianza en lugar de los clanes de interés que forman los varones. Y en contraposición a su parapetarse tras unas siglas, el grupo debería tomar muy en serio la formación de cada una de las participantes, la formación continua que requiere la noble dedicación a la política. Todo el tiempo que pierde la partidocracia en reuniones inútiles y estrategias intrigantes sería un tiempo precioso para dedicarlo a la formación propia de las candidatas. Las revoluciones han fracasado porque no ha existido un correlato entre el ideal de sociedad que se pretendía y la altura moral y psicológica de quienes pretendía llevarla a cabo.

Lo que resta no es más que una entrega apasionada a la acción, al contacto directo con la gente, en lugar de confiar toda estrategia a la publicidad electorera que sólo promete y luego olvida sus compromisos.